2010 fue un año inolvidable, el año en el que, encerrado en el baño de una academia de estudios, recibí la mejor noticia de mi vida. Todavía puedo recordar aquel paseo por la calle Cruz Conde, las Tendillas, Jesús y María, judería … hasta llegar a San Basilio donde me esperaba la noticia en cuerpo y alma. Es un recuerdo que casi puedo tocar, de tan inmenso y maravilloso, una de esas pocas cosas que el olvido no va a poder devorar. 2010 fue el año del volcán, y de aquel viaje interminable, hacia atrás y hacia adelante, hasta aquel país de lluvia, aquella tarde plomiza que fue la fiesta que llevábamos quince años esperando.El año de las finales y también el año de los principios. El año de Copenhague, de Odense y de Barcelona. El año de Chiclana y Johannesburgo. El año en el que parecía que nada malo podía ocurrir. 2010 fue el año en el que noviembre fue primavera y nuestra vida cambió para siempre a mejor. No puedo recordar bien cómo fue el brindis que puso punto final a aquel año pero estoy seguro de que bebí champagne pensando que ojalá siempre fuese 2010, ojalá la vida tan amable y feliz. Ojalá esa luz alumbrando todos los futuros que nos queden por vivir. Y sí, 2010 también fue el año que volvimos.