Darío anda con la lectura como yo con el registro de las mías, tiempos difusos. Este libro fue una recomendación de Martín, un amigo y ávido lector que va un par de años o tres por delante de él y que suele hacerle buenas sugerencias. Pero el caso es que la historia no terminaba de enganchar con él y me entró la curiosidad de indagar en los motivos.

A mí la lectura me ha gustado, creo que es un libro francamente bueno para un chaval de esa edad, tal vez demasiado largo. Que el protagonista sea un mono, que esté escrito en primera persona no parecería algo inusual en la literatura de niños donde los animales hablan y asimilan comportamientos humanos, pero sí lo es aquí porque el mono escribe desde su condición animal, desde su cercanía evolutiva como el hombre, desde las habilidades que le han generado sus años junto a él. Es un mono extraordinario en suma, alguien capaz de comunicarse, que ha aprendido a escribir y que vivirá fascinantes aventuras a lo largo de toda la historia.

Demasiado largo, eso sí, me lo ha resultado a mí, entiendo que a un chaval de once años se le represente una tarea titánica terminar un libro así. Pero yo me he divertido, como hago siempre que agarro un Tintín, un Asterix o un Julio Verne y recuerdo el niño que fui, las lecturas que hice pero las que me perdí en aquel tiempo cuando las cosas eran tan diferentes a ahora. Lo paso bien, me evado, por un momento vuelvo a la infancia, que tal vez sea donde reside la verdadera felicidad.