No me gustan los libros moralizantes para niños, aunque en cierta forma todos esconden mensajes más o menos directos, lecciones para la vida, ética de hacendado. Son como pequeños nichos de mercado en el bazar de la literatura para niños. Si tu niño no come bien, hay libros para ello, si se pega en el cole también, como si es egoísta, discute con la hermana, no se reconoce ante el espejo o le pica el brazo izquierdo. Siempre hay un conjunto de libros entre los que elegir que te van a ayudar, al niño y a tu pobre conciencia.

Es por eso que esta lectura no me seducía mucho al principio, porque parecía que. Pero hablaba de Medellín, y yo estuve en ese lugar exótico en un momento de mi vida que estaba a la altura, y en cierta forma me atraía intentar rescatar alguna clave de aquello. El libro es bonito, es un relato delicado en el que se muestran cosas duras para un niño. Pero se muestran a lomos de una historia infantil en la que nada parece forzado, ni siquiera las brusquedades de la vida, que por más que a veces tratemos de disimular o ocultar, siguen aquí y allí.

Aunque disfruto más las lecturas que tienen que ver con la aventura, con la fantasía, las que abonan ese campo fértil que es la imaginación de los niños, he de reconocer que este libro nos gustó mucho. Les hizo plantearse cosas, hacerse preguntas, fruncir el ceño, empatizar con el protagonista, cuya realidad no es la que ellos están acostumbrados a ver.