Mi hogar se ha construido a través de muchas casas, algunas de ellas bastante fugaces. Con frecuencia cometemos el error de asimilar conceptos, de pensar que el hogar es la casa o bien al contrario, que la casa es el hogar. Nos esmeramos en adornarlo -el hogar o la casa- para darnos cuenta, tarde por lo general, de que todo está vacío, de que el cuadro recto no devuelve el cariño o que las sonrisas sí pintaban la pared. Es entonces cuando saltamos, avanzamos o nos escondemos. Así pasa la vida.

A este autor argentino lo conocí aquellas primeras cosmopóeticas, me había gustado mucho su novela “Una vez Argentina” y el encuentro casual con este libro, con este título, con esa casa que se empieza a levantar en el horizonte, me pareció un buen regalo y una buena lectura, un poco de poesía para los cimientos, un poco de color para atraer a los buenos presagios.

Pero lo cierto es que la poesía de Neuman se me ha atragantado, la he leído con gesto afligido, con la pena del amor que languidece. Así funciona esto, a veces fluye hasta el punto de ir fondeando los poros de la piel, a veces se hace un nudo ininteligible, las líneas pasan como trenes a ninguna parte. No se despierta nada ni se agita nada aunque algo ha hecho porque al menos me ha traído esta reflexión sobre el hogar y las casas y la fugacidad de la vida.