Me ha gustado mucho leer este libro que me regalaron mis apreciados Rico el pasado diciembre. No tanto por su literatura, sino por haberme rescatado a mi yo de dos mil siete en un punto de la vida en el que tal vez sea beneficioso hacerlo. Mi yo de dos mil siete era una persona en búsqueda, alguien que perseguía quimeras que no tenían forma ni tiempo, un tipo de ideas desordenadas con algunas convicciones ocultas que viajaba, observaba y trataba de entender. En aquel tiempo no lo sabía, pero cuando uno está perdido, la mejor manera de encontrarse es simplemente aceptar que nunca sabemos a ciencia cierta lo que buscamos, simplemente hay que llegar al camino con los ojos bien abiertos, viajar, observar, y tratar de entender.

El libro es un descubrimiento, a través del fútbol, de Albania, Kosovo, Serbia, con todo lo que ello representa. Mi yo de dos mil siete se quedó en la frontera de ese universo, en Split, en las doradas y alocadas islas del Adriático y ahí, pudiendo adentrarse en el conflicto, viró hacia el norte, buscando el frío. Pero la mirada sobre aquellas tierras y su apasionante historia quedó pendiente y este libro me lo ha recordado de una manera precisa. Mi yo de dos mil veinticinco tiene menos pelo, más canas y arrugas, pero también muchas más lecturas, más amor, las convicciones ya no tan ocultas y probablemente, la misma necesidad de viajar, observar, y tratar de entender. Es difícil llegar hasta Pristina en tren, y precisamente por eso, quizás sea el momento de subirse en él.