En el traslado veraniego a la casa han ido apareciendo libros y seguirán apareciendo más en cuanto podamos poner estanterías y algunos puedan salir de esa oscura y tenebrosa cueva del trastero donde se encuentran temporalmente retenidos. Así han fluctuado las lecturas del verano, pagando peajes por el cargo de conciencia, rescatando el pasado.

Comencé a leer el mundo de Sofía sumido en un mar de dudas. No sabía si lo había leído en la adolescencia, si lo había leído más tarde por la fama que obtuvo o incluso peor, al poco de comenzar a avanzar entre sus páginas, tuve la convicción de que tal vez no lo había leído nunca. Una especie de dejà vu inverso. No solo me sucede con los libros, también con las películas, con los rencores y lo que es peor, con las personas. 

El caso es que he disfrutado esta lectura muchísimo, desde la perspectiva del padre que soy y que siempre ando coqueteando con la idea de llegar a mis hijos así como el padre de Hilde, pero también desde la perspectiva del joven que fui, de las oportunidades de conocimiento que no tuve por mi tiempo y mi contexto. He disfrutado tantísimo con este repaso sobre los grandes pensadores de la Humanidad que me han dado ganas de abandonar el periodismo y abrazar la Filosofía, otro de los rasgos que me suele caracterizar. Seguiremos avanzando.