El alegre azar que ahora rige mis lecturas (y relecturas) me llevó al estante donde se encuentra la trilogía de Tolkien, que yo debí leer en mi tierna adolescencia. Tenía un recuerdo más nítido de las películas, que vi con enorme deseo y expectación. Me ha resultado maravilloso reencontrarme con esta historia y sus personajes desde la perspectiva adulta, aunque sólo sea para constatar que hay partes de uno que no envejecen nunca, que permanecen ancladas en aquel tiempo eterno en el que no parecía haber límites. Después vinieron las responsabilidades y lo que somos, pero volver a estos libros nos hace rescatar la parte auténtica, la que permanece inalterable, tal vez la esencia de nosotros mismos. Después volví a ver las películas, que me parecieron antiguas … ¡antiguas! porque tal vez lo sean, claro. No pararé nunca de leer y releer mis novelas de aventuras. De buscar unas nuevas, de instalarme en las antiguas. Si la lectura me da la vida, éstas en concreto me devuelven la juventud.