Siempre he pensado que, por insustancial que parezca, en cada vida habita una gran novela. Solo hay que detenerse y observar detrás de todos esos momentos muertos que conforman la mayor parte del tiempo que vivimos. ¿Qué sucede cuando no sucede nada? ¿qué pensamos, por qué? Pero hay que saber mirar, y hay que saber escribir, claro que sí. De otra forma no hay novela.

La tentación del fracaso es un libro fabuloso, extraordinario, que me ha hecho conocer a un escritor al que yo tenía muy levemente registrado. Ribeyro conforma en estos 28 años de anotaciones en su diario una obra redonda, que bien podría ser esa gran novela que siempre pensó que no escribiría. Un libro con reflexiones profundas sobre la vida y un libro en el que la vida a veces se confunde entre lo real y lo imaginario. El París bohemio que de real parece inventado; los martirios, fatigas y torturas por los que un escritor transita en los años clave en los que conforma su creación.

Desde luego que en la vida de Ribeyro hay una gran novela, sus Diarios son un ejercicio literario extraordinario, una puerta abierta a su literatura, a profundizar de más en un personaje que es piedra angular, aunque parezca a veces sombra, en esa generación de escritores peruanos del cincuenta, un verso suelto en aquella explosión literaria sudamericana de finales del siglo pasado. Quiero seguir leyendo a Julio Ramón, y quiero seguir aprendiendo a mirar la vida, porque a veces se trata sólo de eso, de resignarse y mirar. A veces eso es todo lo que podemos hacer. Y a veces es, sin duda, lo mejor que podríamos hacer.