La torre de las tortugas, Ángela Álvarez
By José Luis Pineda on septiembre 19, 2007, in ReseñasUn día me tropecé en internet no recuerdo muy bien como con un texto poético que me encantó. Contacté con la autora que resultó estar ese año (2006, creo) en la Fundación Gala. Nunca llegué a conocerla pero su poesía me intrigó bastante. Hace poco y de nuevo no recuerdo muy bien por qué intercambiamos un par de emails y me mandó los enlaces a un par de libros que ya ha publicado. Éste, que tuvo el honor de ser el primer libro del gran viaje, me ha parecido maravilloso. Es esa clase de poesía en la prosa que a mí me emociona y me transporta y me inspira. A través de los cinco sentidos, este libro me dejó un cúmulo de sensaciones y pensamientos, que es más de lo que uno últimamente pide a la vida. Seguiré leyendo todo lo que publique esta prometedora joven. Voy a transcribir abajo uno de los textos que más me han gustado:
«Vi un hombre bajando unas escaleras. Corría y corría hacia abajo y yo tenía la sensación de que nunca terminaría de bajar. El hombre parecía no darse cuenta, simplemente estaba atento a no tropezar y caer en el vacío.
Yo lo observaba bajando y bajando con sus ojos en los escalones y la mente en alguna otra parte, puede que en el huerto de un abuelo suyo que ya murió o más atrás incluso.
Y mientras bajaba iba olvidando tras de sí papeles, brújulas, nombres, billetes de tren, talismanes, maletas y cosas por el estilo.
Yo fui recogiendo todo lo que él iba olvidando y fui recomponiendo una historia que quizás nos pertenezca a todos.
La última vez que lo vi, él estaba bajando las mismas escaleras. Bajaba más despacio, con la espalda un poco curvada y la comisura de los labios en un rictus indefinible. Se detenía en cada escalón, no sólo porque sus piernas ya aguantaban poco la caída, sino porque se despedía más de lo habitual de cada paso que iba dejando atrás. Era como si la nostalgia fuese un equipaje demasiado grande para sus fuerzas.
Recuerdo cómo le cogí del brazo y le fui narrando todas aquellas cosas que había ido olvidando en el trayecto. Él estaba sorprendido. Cómo era posible que yo supiera tanto de su vida.
La historia, le dije, es la misma para todos.
Él me miró como comprendiendo algo que estaba más allá de su comprensión.
Cerró los ojos y exhaló su último aliento en el espejo que yo le había mostrado.»
Ángela Álvarez