Siempre considero a Arturo Pérez-Reverte mi padre literario, en cierta forma sus novelas me recuperaron como lector de los difíciles años de la adolescencia. Luego tomé otros caminos y de cuando en cuando regreso a ir poniéndome al día con sus novelas atrasadas.

Reverte es un maestro de la novela de acción, un maestro con mayúsculas en la ambientación de los escenarios, en la generación de los perfiles de sus personajes. Los Reyes me trajeron «Línea de fuego» (también las dos partes que me faltan de Falcó) que me venía al pelo, pues he estado últimamente leyendo bastante sobre las grandes guerras del siglo XX y la he disfrutado muchísimo.

Larga y amena, es fácil sentir los calores del Ebro de aquel verano del treinta y ocho, la desgracia, la muerte, la crudeza de una guerra que es mucho más compleja que cualquier otra guerra. No sólo estaban los buenos y los malos. El las líneas del frente se cruzaron historias que definen a la perfección a este país, que marcaron el futuro de las generaciones que llegamos después y que sólo hemos sabido de ella por las películas y los libros. Deberíamos conocerla mejor, más a fondo, debería ser obligatorio, una imposición, eso nos ayudaría a entender mejor las claves del presente, aunque parezca extraño, nos ayudaría a comprendernos los unos a los otros.