Cuando era un niño solía meterme en piscinas vacías. Cuando asomaba el calor del verano, acudíamos a la casa de los amigos que tenían y hacíamos aquel intercambio solidario: nosotros bajábamos a la piscina vacía, con el agua corrompida desde el último verano, y frotábamos, enjuagábamos, les ayudábamos a limpiar. Ellos nos permitían bañarnos, simular que la piscina también era nuestra en cierta forma.

Las piscinas vacías de mi infancia están llenas de azulejos resbaladizos, de renacuajos, de un intenso olor a lejía, del pastoso tacto de la verdina. Una algarabía de mujeres con cepillos y trapos anudados a la cabeza, y de niños ansiosos, inquietos, porque el agua comenzase a llenarla de nuevo. Las piscinas vacías no siempre fueron esa evocación actual del miedo, del riesgo sin sentido que nos trajo la edad adulta, al menos para mí, que tuve la suerte de divertirme en ellas.

El libro de @lauraferrero me ha ayudado a rescatar aquel recuerdo, a retomar el sentido antiguo. Lo ha hecho desde esa literatura íntima que me fascinó en su novela. No hay nada más intenso que la sencillez. Relatos y amor. Historias sin pretensiones. Sin duda, una buena recomendación.