En los desayunos hablamos mucho de política, de la crisis, de la situación actual que parece no tener salida, de la anterior en la que no supimos, o más bien no quisimos ver el fin de la fiesta. En esas conversaciones salió este libro, fuertemente recomendado por Miguel Márquez, y al que yo ya le había echado el ojo cuando se publicó. Me ha parecido una lectura muy interesante, una suerte de confesión de observador que realiza Molina, que fue testigo de primera mano de todos esos dispendios y locuras que se iban produciendo en los años de bonanza sin que nadie pareciera alterarse. Molina habla de cómo todo aquello fue derrumbándose y todo lo que nos era sólido terminó en la nada en la que ahora nos peleamos. Molina vio, y también calló, como hicimos o hacemos casi todos, y por eso considero que el libro es valiente. Es una especie de expiación de aquellos tiempos de vino y rosas de los que muchos en cierta parte fueron cómplices y que ahora sienten el peso de la conciencia sobre ellos. No creo que Molina se sienta culpable de nada, aunque tal vez debería, porque fue actor en algunos de aquellos juegos de poder, pero desde luego, con este libro, arroja una gran luz al público. Muchas de las suposiciones que ustedes se hagan las encontrarán como certezas. Y no busquen mucha esperanza en él, porque lo cierto es que no la hay.